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Presentamos aquí el texto completo del poema elegíaco
MI CIELO DERRIBADO, escrito por Dolores Pincheira en memoria de su esposo, el escritor Julio Silva Lazo y que fuera publicado en Santiago de Chile, el año 1974 con el sello del Grupo Fuego de la Poesía e ilustraciones de Mario Torrealba.




"La vida de todo hombre es
un camino hacia sí mismo, la
tentativa de un camino, la
huella de un sendero."

Hermann Hesse


A Julio


Las neblinas de junio, adormiladas
entre el rosa y el gris de la mañana,
sin premura, grávidas, descendían
de un vasto cielo impávido
con su blanco cabello derramado.


¿Te llevaron, amado, para siempre!


Estoy viviendo
en idioma de lágrima y espanto;
estoy curvada
ante el altar del día,
sangrando sobre el quieto secreto de lo eterno
con las sienes desoladas.
Paso a las sombras con sus ciegos relámpagos
rescatando tu nombre y sus tiernas colmenas
mientras un gran silencio
como grillo quemante
nos anuda.



Veo
una luna larga
blandir como un cuchillo
sobre el pálido lirio de tu frente,
partir tu carne,
escindir la caricia para siempre,
recorrerte como viento afilado,
vencer tu voz de sol,
rodear nuestra casa de un letal silencio.


Claramente vi que te dormías.
Tu rostro se iba haciendo lejano,
extraño para mí,
se volvía más cirio y nube
que piel pura.


Allí,
tendido,
estabas con la muerte
que cuajaba sus racimos secretos.
El viaje terminaba en vuelo desalado;
la alianza con la vida mostraba sus arenas,
y la noche entregaba sus designios eternos.


Todo en ese instante fue presentimiento.
La garganta quemaba,
un temblor invisible nos unía,
tu mirada me arañó las entrañas.
Comprendimos, de súbito,
que en las alboradas azules
se habían derrumbado las almenas de oro.
Ráfagas se abatían sobre las recias ramas;
ningún ruido llegaba de los cielos cerrados;
un estertor quebró tu débil balbuceo,
y las flores del alba se cerraron.


Eras, amado, la sombra de tu sombra
en esa realidad brutal que transformó
la rosa roja de tu sangre en nieve pálida.
Tus pies de espigas lentamente subían
las escalas del cielo,
con ese olor a campo todavía en tu cuerpo
y la miel de tu bondad radiando
sobre tus sienes blancas.

Un huracán de escarcha y de cenizas
se despeño
por la catarata reseca de mi llanto,
y una eternidad de angustia
cayó sobre mi pecho.
Presentía
que todos los caminos se cerraban,
que tu estrella
no asomarí jamás en la montaña,
que la noche era sólo una losa envejecida.
Toda mi carne en grito!
Entre la arcilla inerme de tus manos,
quedó trizada la Creación entera.

EN CONSTRUCCIÓN






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